Sussoni, Peña, Chamochumbi, Caíco, Reyes y Farfán; Tomassini, Escobar, Casanova, Cavero y Bustamante. Formación inicial de aquel partido en Pucallpa del 08.12.87 Foto disponible en depor.pe |
25 años después
el recuerdo sigue vivo. Demasiado vivo. Ciertamente los años van dando otra
perspectiva con respecto a las prioridades en la vida, pero qué duda cabe que
el fútbol es una pasión, un sentimiento y no necesariamente se explica ni tiene
razones. Por eso se viven las victorias y las derrotas a plenitud. Pero en el
deporte no te enseñan a reaccionar ante una tragedia como la del Alianza Lima
aquel aciago 8 de diciembre de 1987, en el que el avión que transportaba al equipo, dirigentes e hinchas, se estrelló en el mar de Ventanilla. Que lo digan sino los hinchas del Torino,
del Green Cross o el Manchester United por citar algunos casos.
Seguramente
los hinchas de otros equipos lo habran vivido a su manera, con inevitable
distancia. Los aliancistas menos apasionados habrán sentido el golpe, pero
después habrán dejado el tema en un segundo plano. Los más apasionados lo
habrán sufrido como una pérdida cercana, de familia misma. Hacen mal los que
juzgan de indiferentes a unos, como hacen peor los que asumen como ridiculez el
sentir el dolor tan cercano, dada la pasión con la que se puede vivir el deporte.
Ante la
tragedia, el paso de los años y el hecho irremediable que la historia real va
dando lugar a mitos y leyendas, suelen decirse muchas cosas, algunas reales y
otras exageradas. Pero a mí no me lo contaron. Yo los vi jugar como parte de
aquella pasión aliancista heredada y compartida con mi padre, a quien le
agradezco haberme llevado al Alejandro Villanueva en Matute desde muy pequeño.
Así que sé
muy bien que el bueno de “Caíco” Gonzáles Ganoza, salía a cazar mariposas en
sus inicios, que inclusive tuvo una noche fatídica en un amistoso contra Quilmes
jugando por la selección y que era tan querido por la hinchada de su equipo
como cuestionado por las demás. Pero también sé que en el momento de la
tragedia pocos lo discutían en el arco de la selección después de una destacada
actuación en la Copa América del 87. Por fin, a sus 33 años, Caíco lograba
establecerse con una madurez que lo hacía el capitán y líder de ese equipo de
jovenzuelos aliancistas.
También
estaba Tomás “Pechito” Fárfan. Aguerrido defensa central, luchador, peleador;
quizás limitado en lo técnico, pero todo pundonor. El despliegue técnico atrás
venía en grandes dosis en Daniel Reyes, espigado, elegante, pero metedor a la
hora que había que meter. Ambos contaban con un suplente de confianza en William
León, que sin hacer ruido, siempre sacaba adelante los partidos que le tocaba jugar. En los laterales “Peluca” Sussoni cumplía y Gino Peña comenzaba a
aparecer cuando al veterano César Espino le traicionaban los nervios, como
aquél partido contra San Agustín apenas dos días antes, que motivo la
suspensión que lo dejó en Lima y le salvó la vida.
Aquella
tarde de diciembre en Pucallpa, Aldo Chamochumbi jugaba en la contención
reemplazando a un joven Juan Reynoso, que no acompaño en el viaje fatal al
equipo al quedarse en Lima por una lesión. Bendita lesión. También inició
acciones Caverito, que adquiría cada vez más protagonismo en su
alternancia con el experimentado Jonnhy Watson, quien aguardaba en el banco con
Mendoza, el eterno arquero suplente del equipo, y los juveniles Tejada y
Garretón (por diversas razones no viajaron Juan Illescas y "Colibrí" Rodríguez que también alternaban en el primer equipo).
Luis Escobar, aquel 19 que daba gusto ir al estadio a verlo jugar Foto: cafegolyron.blogspot.com |
Y claro, destacando
en el equipo titular estaban El Tanque Blanco y los inolvidable Potrillos.
Alfredo Tomassini, a sus 22 años, en su año de despunte: potencia, fuerza,
definición, gol. Una aparición interesante en nuestro fútbol, que resultaba un
perfecto complemento para el fútbol de aquellos Potrillos que fue moldeando el
recordado Didí, y a los que empezaba a pulir el “Chueco” Marcos Calderón.
Potrillos representados en aquel trío de recuperación, creación y fantasía, conformado
por José Casanova, “Pachito” Bustamante y el número 19, el recordado “Potrillo”
Escobar.
Casanova
había pasado de ser una promesa, a superar algunos momentos de irregularidad,
para a sus 24 años ser el dueño de la recuperación del mediocampo aliancista. Carlos
Bustamante era la creación y la clase, el 10 del equipo, daba gusto verlo
jugar. Luis Escobar era un jugador diferente. Era picardía, velocidad, desborde, finta y
definición. Verlo en el estadio jugar con sus tobilleras blancas y su trotar de
caballo de paso era un espectáculo y para mí un privilegio. Admito que en
apenas cuatro años desde su precoz debut, el “Potrillo” era el jugador al que
más esperaba ver jugar cuando iba al Estadio a ver a Alianza. Se había
convertido en mi jugador predilecto.
Pachito Bustamante y Luis Escobar: Los Potrillos Foto: malditoangelito.blogspot.com |
Los
detractores de Los Potrillos dirán que se les magnifica en la ausencia,
distancia y tiempo. Que en realidad no eran tan buenos, más bien irregulares y
que incluso en las categorías juveniles de la selección no habían logrado que
se consiguieran buenos resultados. Todas las opiniones son respetables. Lo que yo recuerdo es que eran muy buenos y tenían mucho potencial, especialmente “Pachito”
y el “Potrillo”. La gente olvida que la vida se les cortó abruptamente cuando
uno estaba en los 21 años y el otro –que había debutado con apenas 14 años-,
recién había alcanzado la mayoría de edad. Nunca sabremos cuanto hubieran
podido crecer, a donde hubieran podido llegar. Así que ante la duda infinita, y
mi rechazo a caer en ejercicios de hipótesis imposibles de confirmar, yo
prefiero ser realista, pero no mezquino: podían haber llegado
donde se lo hubieran propuesto (de hecho, Didí reconoció en una entrevista
posterior al accidente que el fútbol brasileño ya había puesto sus ojos en el
10 y el 19 y los seguía con atención. En medio de un llanto que conmovía al más
insensible, el técnico brasilero no daba crédito a lo ocurrido justo cuando esos
“hijos” suyos tenían tanto futuro por delante).
Aquel
equipo prometía mucho y lamentablemente en promesa quedó. Muchos de ellos
habían fallado en el intento de detener la sequía de títulos aliancista que
duraría diez años más, dejando pasar la oportunidad de campeonar el año previo
al perder una final imposible ante el San Agustín de Martinez, Ziani y el Chemo
del Solar. Pero también había regalado dos goleadas delirantes (4-0 y 5-1, con dos goles de Escobar como se observa en el vídeo debajo) ante
el eterno rival, Universitario de Deportes, con baile incluido. La siembra de Didí,
la cosechaba Calderón. Se notaba más regularidad, más madurez, mayor compromiso
y en el caso de los talentosos, un desarrollo cada vez mayor de los mismos. El
paso del equipo en ese torneo era sólido, como lo ratificaron en un disputado clásico apenas un mes antes, ganado con gol de Escobar, o aquel último
partido en Pucallpa, ganando con oficio un partido áspero, en un terreno
lamentable y en condiciones climatológicas pesadas. “Pacho” Bustamante fue el
que anotó aquél último gol. Se fueron punteros, líderes de campeonato, lo que
no era un detalle menor. Eran un equipo joven, muy joven. Eran promesa,
empezaban a ser presente, no pudieron ser futuro.
Siempre he recordado aquel momento reviviendo el dolor de los días posteriores. Hoy, 25
años después he querido recordarlos vivos. Con ganas de dejar constancia que a
mí no me los contaron, que yo tuve la suerte de verlos jugar. Me dieron muchas
alegrías, vivimos también derrotas, pero canté muchos de sus goles, disfruté
con su juego, vivía la ilusión que llegue el domingo para ir al estadio a
verlos. Aquellos muchachos eran parte de mi añorada rutina ochentera de fin de
semana futbolero junto a mi padre. Él, que ha visto mucho fútbol y equipos legendarios del Alianza, siempre me dijo que esos muchachos eran muy buenos. Vaya que sí. Y varios de ellos con un futuro enorme para ser mejores aún.
Descansen en paz Potrillos y gracias por el fútbol. Por aquí
siempre se les recordará.